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24 de des. 2012

SUEÑO DE NAVIDAD


Carla y Natàlia de Primer

Hoy es enero, concretamente el Día de Reyes. Mi padre me llamó y me preguntó cómo estaba. Le expliqué un par de cosas del colegio y colgué. Estaba despierto hacía rato….pero mi hermana seguía durmiendo.
Vivo en una casa en medio de una ciudad enorme; todo está lleno de edificios muy altos, tiendas, supermercados, ferias y muchas más cosas. Mi casa está situada en las afueras de la ciudad: es una casa de dos plantas. Vivo con dos hermanos: uno de dieciocho años y una de cinco. Mis padres están separados, así que el día de reyes tengo que ir a dos casa diferentes a buscar regalos. Aun así, tener los padres separados tiene ventajas: tienes doble regalo de “cumple”, Reyes y Papá Noel. Pero no mola: no puedes ir al cine con la familia entera, ni de vacaciones, ni de paseo... En definitiva: es un rollo.
Mis padres se separaron cuando Marta tenía tres años, ( hace ya dos) yo ahora tengo ocho. Mi hermano mayor está viviendo ahora en Estados Unidos; estaba estudiando para ser profesor de inglés, pero lo dejó porque no teníamos dinero suficiente para pagarle la carrera en la universidad, así que ahora hace de camarero en un McDonald’s--le debe gustar porque no se queja nunca... ¡Y mira que es quejica! Mi hermana hace ballet cada jueves y soy yo quien la lleva. A mí no me gustan los extraescolares. Hacía guitarra, aunque lo dejé porque también tenía solfeo y a mí personalmente no me gusta ni el solfeo ni la profesora.
Hoy, como ya os he dicho, es cinco de enero, Día de Reyes. La verdad es que a mí no me gusta este día: me da escalofríos. Hemos desayunado chocolate caliente con churros, que es mi desayuno favorito, aunque hoy no me apetecía , así que me he tomado un yogur “griego” con azúcar moreno. Ya eran la doce cuando mamá dijo que tocaba hacer la “ruta de los regalos”, que así es como le llamamos nosotros a la ruta que hacemos todos para ir a buscar los regalos a casas de parientes o amigos. Así que subimos al coche y, al llegar, la vecina del cuarto nos entregó el primer regalo de Navidad del año: a mí me tocó un coche teledirigido, a Marta una Barbie y a Guillem un mp4. Después nos encaminamos hacia la casa de tía Luisa; allá, para colmo, a Marta le regalaron otra Barbie. ¡Qué rabia que me da mi hermana! Siempre consigue lo que quiere... A mí, en cambio, me regalaron una camisa (¡Qué poco gusto tiene tía Luisa para escoger ropa para niños de casi nueve años!) Y a Guille le regalaron unos calzoncillos de color verde pistacho. ¡Qué vergüenza pasó... aunque después les hizo una foto y se la envió a su novia, que le comentó: “muy bueno...quien te lo ha regalado?” . Estaba otra vez conectado al whatsapp.
Nos despedimos de tía Luisa, subimos al coche, y por fin llegamos a casa de la abuela paterna. Al aparcar mamá nos dijo:
- Ahora quiero que subáis sin rechistar, cojáis los regalos y bajéis lo más rápidamente posible. ¿De acuerdo niños?
- ¿Cómo que “subáis”? ¿Tú no subirás mamá? - dijo Marta sorprendida.
-No vuestro padre está allí arriba, a y si pregunta por mí decidle que me encuentro mal, que estoy mareada y que me he quedado en el coche esperando, ¿vale?
Entonces nos dio un beso y nos condujo hasta el ascensor del edificio. A continuación subimos con resquemor, y pulsamos el botón de la planta séptima.
El ascensor era pequeño, y tenía un olor extraño y desagradable, como a polvo y a fregado. Un olor de húmeda suciedad. El ascensor tenía un espejo grande y grueso que parecía como si le hubiesen dado un portazo, ya que tenía una grieta que lo traspasaba horizontalmente de lado a lado. Cuando se cerró las puerta, se oyó un chirrido que a Marta no le hizo ninguna gracia: se puso a llorar a lágrima viva. El ascensor se paró de golpe. Era como en las pelis de terror: la verdad es que me sobrecogió el miedo; no lo podía controlar. Y no podía continuar consolando a Marta, así que le pegué un grito a mi hermano, que seguramente estaba más asustado que yo.

Guillem tu eres mayor que yo! ¡Haz algo, pulsa el botón de emergencia que yo no llego!.
-Un momento, acabo el whatsapp.
-¿Pero qué es más importante, nuestra vida o la del maldito móvil?
El botón de emergencias era el superior, pero mi hermano era muy alto, así que no le costó mucho esfuerzo alcanzarlo. La alarma sonó mucho rato, aunque como nadie venía, nos pusimos un poco histéricos.
D
e repente una voz muy familiar nos sobresaltó: la de un hombre de unos sesenta o setenta años.
-¿Quién está ahí?-- preguntó.
-Somos los nietos de la señora que vive en la planta séptima, quinta puerta. ¿Podría sacarnos de aquí?-- preguntó Marta, que dejó de llorar para responder al señor.
-¡Oh!--exclamó la señora. Sois los nietos tan simpáticos de Marijose, la de la planta séptima.
-- contestamos todos al vecino del cuarto.
Era un señor muy simpático que siempre nos daba piruletas y caramelos. Tenía el cabello blanco por el paso del tiempo. Seguramente debía haber salido a dar su paseo diario. Una vez, cuando yo era más pequeño, me contó que un día se había topado con los Reyes Magos por la calle, y añadió que éstos le habían firmado un autógrafo. De hecho me lo enseñó:
- Para: el anciano que tengo delante.
Espero que te gusten nuestros regalos.
Los tres Reyes Magos.
El texto era un poco “cutre”, aunque el señor lo apreciara igual. Quizás a mí también me gustaría que me firmaran un autógrafo.
-¿Pero qué hacéis aquí dentro? ¿Se ha vuelto a parar el ascensor?
-Sí. ¿Cómo podemos salir?--preguntó Guillem.

De repente se oyó el ruido de un martillo. La verdad es que el lugar en el que habíamos quedado atrapados era entre las plantas cuarta y quinta. El señor que nos quería ayudar era un manitas, decían. Ese ascensor en concreto era de esos que tiene doble puerta: una por dentro y una por fuera. Pero sólo la exterior consiguió abrir. Ahora distinguíamos la silueta del vecino perfectamente, ya que la puerta de interior era de cristal. Esta última no le causó muchos problemas, porque el señor le propinó un golpe un poco fuerte con el destornillador y la puerta cedió.... ¡Por fin estábamos a salvo!

M
e desperté de repente. Eran las cuatro de la madrugada. ¿Había sido un sueño? Me lavé la cara. Sí, había sido un sueño. Volví a la cama, miré por la ventana y vi... ¡a los Reyes Magos que me hacían un guiño!.